Este fue mi primer camión.Mis flemas son como el líquido de frenos que rezuma. No parezco ser uno de esos tipos que se dicen encantadores; produciría una úlcera de estómago al más pintado. Una cosa es segura, abraso. Ahora conduzco un Mack. Dejé los Monegros por la Ruta 66 y de vez en cuando engancho la emisora local de Cajun y Zydeco. No soy un camionero al uso, no encajo en los estereotipos, ni siquiera me gusta irme de putas aunque eructe sonoramente y me rasque el culo con deleite. Elegí esta vida porque es fácil, es una huída continua a ninguna parte, siempre en el mismo sitio, sin parar de moverme. No tengo amigos aunque los añore.
Mentí, en realidad la vida me eligió a mí. Fui demasiado perro y cobarde para rebelarme cuando aún tuve oportunidad. Quise a alguien y no tuve los santos cojones de decírselo. La cambié por un trasto desvencijado de 400 CV pensando que ahí acabaría todo. Iluso! Acúfenos o psicofonías, quizá tan sólo el dulce ronroneo del motor que me recuerda su voz afónica tras demasiadas cervezas. Llevo 20 años cruzando el país, meando cáctus tras cada curva, deseando que gire lo suficiente como para catapultarme al pasado. Lamentablemente el tren sólo pasa una vez. Tenía el billete, llegué tarde. El revisor me saludó con la gorra. Me quedó el regusto de la locomotora diesel pegado a los belfos.
Nos pasamos la vida huyendo de nosotros mismos sin ser conscientes que escaparemos, todos, a su debido tiempo. Cenizas, un nicho o simplemente un jodido agujero. Eso es lo que hay al final de la ruta 66. He decidido bajarme del camión, no quiero llegar todavía a Los Ángeles. Regreso a Chicago. Al fin y al cabo 20 años no son muchos.
Mentí, en realidad la vida me eligió a mí. Fui demasiado perro y cobarde para rebelarme cuando aún tuve oportunidad. Quise a alguien y no tuve los santos cojones de decírselo. La cambié por un trasto desvencijado de 400 CV pensando que ahí acabaría todo. Iluso! Acúfenos o psicofonías, quizá tan sólo el dulce ronroneo del motor que me recuerda su voz afónica tras demasiadas cervezas. Llevo 20 años cruzando el país, meando cáctus tras cada curva, deseando que gire lo suficiente como para catapultarme al pasado. Lamentablemente el tren sólo pasa una vez. Tenía el billete, llegué tarde. El revisor me saludó con la gorra. Me quedó el regusto de la locomotora diesel pegado a los belfos.
Nos pasamos la vida huyendo de nosotros mismos sin ser conscientes que escaparemos, todos, a su debido tiempo. Cenizas, un nicho o simplemente un jodido agujero. Eso es lo que hay al final de la ruta 66. He decidido bajarme del camión, no quiero llegar todavía a Los Ángeles. Regreso a Chicago. Al fin y al cabo 20 años no son muchos.