Tengo ganas de hablar. Estoy solo en mi mundo. Es gigantesco pero se concentra en un espacio minúsculo. Es como las muñecas rusas; sinapsis dentro de un cráneo adosado, entre cuatro paredes llenas de libros, afiches, fotos. En una casa grande, con un sótano que me pertenece, incrustados en una miniurbe provinciana.
Sonidos de muchos colores, plagados de timbres y de sensaciones. Están en cualquier lugar donde mire, o donde vaya. Sonidos que rememoran otros que no consigo recordar. Hoy me he movido entre el sudeste asiático y los Balcanes, entre Chinatown y Nagorno-Karavaj. Pensaba en mi vida mundo y me daba vértigo. Creo que la suelo enterrar. Hago que sólo sea, a veces, un estado de conciencia anestesiada; para poder seguir.
Sosiega tener un flexo con un interruptor que funciona, aunque prefiero tener un potenciómetro de largo recorrido. Ahora mismo el “drive” está a tres cuartos pero es definido, es compacto, tiene presencia, tiene un gran tono. Sin embargo, hay que educar el oído. Para casi todos es ruido, o el “tempo” es demasiado rápido. No todos sabemos danzar. En la vida todo es bailar. Los compases no siempre son los usuales, hay silencios, contratiempos...
Relacionarse cada día con 150 personas duele. En realidad basta con prestar un poco de atención, intentar apreciar cada matiz del discurso del pensamiento. Tener control sobre cada uno de los gestos, de las acciones. Ser multitarea, tener un gran disipador de calor untado de silicona y llevar un cristal de cuarzo que vibra a demasiados herzios. Hablar un lenguaje que necesita ser compilado, construirse al menos el 99% de las librerías y adoptar la estética D.I.Y. pero sublimada.
Y ahora caen gotas de agua que no mojan y me relajan. Los pájaros pían. Me enciendo un cigarro, uno de tantos en los últimos días. Como siempre leer y observar. Releo y aún así es escritura semiautomática. Un relámpago seguido de un trueno. Cientos de recuerdos agradables. Esos que se han quedado y ahora son otra vez. No importa dónde estés si tienes conciencia de ti mismo, No importa qué escuches si dudas de su veracidad.
Me veo tumbado varias veces, deseando siempre lo mismo, que no deje de sonar; así seguiré recreando. Azul grisáceo y nada cremoso. Tiene la textura de un tamiz. Hace sueño, hace cansancio. Medito. Dirijo la atención a cuatro puntos que convergen en uno. Cierro los ojos y escribo. Lo consigo; abstracción y casi parada mental. De repente me he acordado de “El Perseguidor” de Cortázar, de esa frase que tanto me dice. Una fecha, una firma y cuatro palabras. Quería decir “Já” y viene a mi mente “10 años con Mafalda”. Nunca leo un libro dos veces y, sin embargo, ¿cuántas veces leí esas tiras de Quino? ¿cuántas aprendí de memoria? ¿cuántas he olvidado?. Los títulos pasan delante mía y con ellos todo: aromas, paisajes, tactos. Parece que experimento la ubicuidad.
4 comments:
Por lo visto también tendré que darle las gracias a tus amigas por haberte animado a escribir pq realmente me ha ecantado todo, pero en especial tu ultimo relato. Un abrazo sigue así.
Si ya es dificil aguantarse a uno mismo la mitad de los dias que se afeita, mirandote a los ojos... mas dificil es encender la chispa en los de la gente que tienes a tu cargo.
Quizas debiese subir el drive a tope, y que el proximo acorde acojone al miedo...
Mejor afinemos la guitarra en La y toquemos cuartas, así estilo grindcore...
quizá no afeitarse (como yo) y si llegas a aguantarte la chispa a veces viene sola. Un saludo.
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